martes, 25 de enero de 2011

Lo inconmensurable



Ni siquiera es necesario invocar a los dioses. Para los antiguos, lo sublime era algo propio de Dios, pero también de la naturaleza y de las creaciones artísticas de los hombres. Para Kant, por el contrario, era algo ajeno a lo natural, en cuanto estaba vinculado a lo infinito, pero como tal era puramente subjetivo, y se distinguía de lo bello en que no se trataba de un simple juego, sino de algo realmente serio. En ambos casos se trataba de un sentimiento que unía el placer con el temor, el miedo y la reverencia, asociados a la inmensidad del mar, la inconmensurabilidad del cielo estrellado o la amplificación del alma conseguida por el buen uso de la razón (La Voz de Asturias, 6 de julio de 2003).

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